“De repente sentí que había alguien detrás observándome. Eran unos caballos que se habían acercado, habían cogido confianza y me estaban viendo pintar. ¡Qué a gusto, qué buena compañía! Me encanta pintar en medio de la naturaleza mientras los pajarillos cantan y las mariposas revolotean. Es una gozada indescriptible. El pincel fluye mejor que cuando estás encerrado en el estudio”, comenta Mitxel Lorenzo Imirizaldu, uno de los pocos pintores impresionistas de Navarra que sigue creando sus obras al aire libre. El 2 de mayo inaugura la exposición Una luz, mil colores en el Nuevo Casino que se podrá visitar hasta final de mes.

Mitxel, vecino jubilado de la Rochapea, pinta paisajes y en sus lienzos ha plasmado los puentes de su Rochapea –Santa Engracia, Curtidores y las Oblatas–, el parque de Yamaguchi, el Caballo Blanco, la trasera de la Catedral de Pamplona desde el puente de La Magdalena, la presa de Huarte, la Trinidad de Arre, el nacedero de Arteta, el barranco de Artazulo, la foz de Lumbier y de Arbaiun... “Cojo el equipo –pinceles, pinturas, caballete, lienzo, trapos o esencia de trementina–, un pequeño neceser con comida y bebida y me paso varias horas en la naturaleza”, describe.

Nada frena a Mitxel, ni el mal tiempo, porque conoce rincones en los que está a resguardo cuando llueve. “Muchas veces miro por la ventana y me quedo en casa, pero también he salido a la calle a sabiendas de que me iba a colocar debajo de un puente. Me gusta la luz de los días nublados”, señala.

También hay jornadas en las que las condiciones meteorológicas impiden que Mitxel dibuje. “De repente se levanta el cierzo y te tira el lienzo dos, tres o cuatro veces. Te vuelves a casa y has recorrido 100 kilómetros para nada”, lamenta.

Sus obras son impresionistas y las características de este movimiento artístico –luz, color y capturar el momento– le obligan a pintar muchos cuadros en el mismo día o a esperar pacientemente a que la meteorología se repita.

“En Pamplona el tiempo es muy variable. Un día hace sol y al otro llueve o está nublado. La luz cambia, el paisaje es distinto y tengo que esperar, a veces semanas, a que se den las mismas condiciones. En el Levante, el tiempo es más estable y la luz suele ser parecida. Qué envidia”, confiesa.

Mitxel forma parte de la resistencia: los artistas que siguen pintando sus cuadros al aire libre. “Es una pena que se esté perdiendo”, lamenta. Los culpables son las cámaras y la calidad de las instantáneas que captan. “Muchos pintores se basan en fotografías en vez de lo que ven sus ojos”, indica.

Como consecuencia, los cuadros se pintan en espacios interiores como los estudios. “Da igual que llueva o que haga sol. Nada les va a fastidiar. Colocan la imagen, se sientan y dibujan”, apunta. 

Sin embargo, Mitxel defiende que el resultado final es totalmente distinto porque la naturaleza aporta al artista una “vibración y soltura” que no ofrece el estudio y, además, los ojos “ven infinitamente más que la fotografía, por mucha calidad que tenga. La diferencia es bestial. Los cuadros que pinto en casa son más rígidos”, subraya.

Los orígenes

Mitxel ha sido un apasionado de la pintura “desde crío”, recuerda. En los recreos del colegio, se quedaba en clase dibujando en la pizarra mientras sus compañeros jugaban en el patio: “El fútbol es el fútbol, pero a mí no me atraía corretear detrás del balón. Yo me divertía enredando con la tiza, era mi hobby. Me venían dibujos a la cabeza y lo plasmaba en la pizarra”, relata.

La afición fue a más y los sábados a la mañana Mitxel acudía a clases extraescolares de pintura y dibujo que impartían en el colegio. “El profesor dibujaba en la pizarra y lo copiábamos en el cuadernillo”, afirma. 

De adolescente, Mitxel fundó un equipo de béisbol en la Rochapea y aparcó la pintura. Mitxel “hacía de todo” –entrenador de tres de los cinco equipos, delegado del club e incluso jugador– y, tras una década dedicada “exclusivamente al béisbol”, abandonó el deporte y regresó “al hobby que estaba guardado en el cajón”.

Mitxel se graduó en la Escuela de Artes y Oficios, se enamoró de los paisajes del impresionismo y comenzó a pintar al aire libre. “Solo pensaba en que el cuadro siguiente debía ser mejor. Ha sido una superación constante hasta hoy”, finaliza.