Todavía bajo los efectos del shock por la muerte de Juan Martín, me resulta muy difícil glosar mis sentimientos, recuerdos, situaciones vividas y compartidas con él durante su vida. Más difícil todavía es expresar en palabras los sentimientos, las emociones, los recuerdos de sus familiares, vecinos, amigos y conocidos del pueblo y de toda la comarca, que apreciaban y querían a Juan Martín. No puedo, ni pretendo hacerlo.

56 años de vida, aunque parezcan pocos, dan para mucho. El tiempo de la vida de un ser humano no se mide con el reloj y el calendario, se mide sobre todo por la huella que deja por donde ha pasado.

Lo primero que me vino a la mente, cuando me enteré de su fallecimiento, fue la similitud de su muerte con la de su padre. Ambas, entrada la noche, de repente, sin previo aviso y en edad todavía joven y rodeada de las mismas o parecidas circunstancias. Todavía resuenan en mí las mismas palabras: “Cuídate José”, “Cuídate Juan Martín”.

Y al irse sin más, nos embargan el dolor de la despedida y el de la impotencia de no haber podido evitar el desenlace. Es como si ellos hubieran tenido otro plan, que a nosotros nos resulta difícil de entender y aceptar.

Juan Martín era para Larraya como su embajador, a donde él iba, iba Larraya con él. Chocholo, el de Larraya, así le conocía mucha gente en toda la comarca de la Cendea de Cizur y del valle de Etxauri.

Larraya era para él su vida, siempre envuelto e interesado por todo lo que ocurría o debía ocurrir en Larraya: lanzador del chupinazo de fiestas, depositario honrado y estricto con las finanzas del pueblo, presidente del mismo, ocupado y preocupado por arreglar los canales y recuperar las fuentes del pueblo. Nada ni nadie pasaba en el pueblo sin que él lo advirtiera. Y cuando él me encontraba en algún acontecimiento social, por las fiestas del pueblo o el día de San Román o simplemente en alguna afluencia de gente en el pueblo, me solía coger con sus musculosos brazos, me levantaba unos centímetros del suelo, al mismo tiempo que me apretujaba contra su pecho. ¡Juan Martín!, ¡que me vas a romper! le decía yo. Y él con una sonrisa de satisfacción y complicidad dejaba posar suavemente de nuevo mis pies sobre el suelo. Era su manera peculiar de mostrar su simpatía, su cariño a las personas con las que convivía, porque detrás o dentro de aquella figura corpulenta, Juan Martín albergaba en su interior un núcleo blando, de cariño, de amor, de simpatía y de bondad. Hombre de pocas palabras, de grandes y profundos afectos.

Juan Martín tenía otros dos amores, además del amor a su familia, a los suyos y al pueblo. Uno era a la Virgen del Perdón. Cuántas veces lo hemos visto portar con orgullo la Cruz de la parroquia de San Román, la parroquia de su pueblo, en la romería de cada lunes de pascua. Y ¿el otro? La llegada al pueblo del Arcángel de Aralar, San Miguel. Casi escondido tras la Cruz parroquial se le ve en la foto de la última visita del Ángel a Larraya, hace tan solo un par de semanas.

Recientemente nos hemos encontrado varias veces en el camino de Muru-Astrian. Cuando yo subía o bajaba por ese camino de mi paseo cotidiano, me encontraba con él subiendo a o bajando el mismo trayecto, en su viejo Land Rover.

Siempre se paraba unos minutos para charlar conmigo. Una vez me regaló dos chorizos, ¡había que verle la cara de satisfacción de que lo podía hacer! Yo le recordaba siempre que en mi frigorífico hay desde hace algún tiempo una cerveza para compartir con él y que venía siendo hora de hacerlo. “No te preocupes, ya pasaré un día de estos”, me dijo.

En estas estábamos cuando me llegó la noticia de su muerte.

Ahora solo me queda esperar al día en que yo vaya allí donde él está. Estoy seguro de que me esperará con una cerveza enorme con dos vasos para completar la faena que dejamos aquí pendiente. Pero también estoy convencido de que no estaremos solos… Y este convencimiento me consuela y me alivia del dolor de la despedida y del dolor de impotencia de no haber podido evitar el desenlace. Esperanza que comparto con los suyos y con todos los que le conocieron y apreciaron.